Desnudos en El Carmen, Roque López, la Inquisición derrotada y mucho más…


 

Fue en el verano de 1796 cuando los vecinos del Barrio del Carmen y a la postre todos los murcianos, se quedaron atónitos contemplando aquellas dos estatuas. Según parece hasta algún hortelano procedente de lo más profundo de nuestra huerta llegó a preguntar: “¿Qué santos son estos?…”

Pues no eran santos. En la Alameda de El Carmen, no se sabe muy bien porqué, el Concejo de la Ciudad había colocado varias esculturas desnudas. Eran unas fechas en las que la Iglesia luchaba contra toda idea revolucionaria procedente de Francia. Se trataba de una Venus y un Adonis.

Las obras, fueron adquiridas en la Academia de Madrid y la Inquisición, presente en Murcia, no se hizo de esperar. La descripción de las esculturas se conserva en la denuncia que interpuso ante el Santo Oficio, el cura de los Reales Concejos, Don Félix José Gert de Rueda.

Según Don Félix la figura masculina representaba “un gallardo joven sentado en disposición de repizcarse la planta de un pie, cuya pierna tiene levantada en ademán de sacarse una espina”, la femenina “una mujer hermosa aparentando que con los brazos cruzados oculta sus abultados pechos, que descubre con más artificio”. El cura recordaba en la denuncia, que los murcianos “no están acostumbrados a tales espectáculos

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El Fiscal de la Inquisición, Miguel Santa Cruz López, inició el proceso para retirar las esculturas que tanto escándalo (a unos) y sorna (a otros) estaban produciendo a la sociedad murciana. En la denuncia se incluyeron los poemas que, en unas placas, adornaban las estatuas.

Lo cierto es que los poemas no eran muy entendibles,  juzgarlo vosotros mismos. Esto es lo que ponía en la estatua de la Venus:

 “Venus su pomo ofrece y es tan ciega

que con tal que ella sacie su apetito

no cuida de saber a quien lo entrega

fiera abominación, torpe delito.

Llega joven, te dice, llega, llega

mira que es de un olor muy exquisito

muy suave, que imitando a ciego bruto

en la cuenta darás tarde y sin fruto”.

Es bastante dudoso que nuestros vecinos del siglo XVIII entendiesen algo, los que supieran leer… Pero lo mejor es que dentro de la denuncia, el mismo fiscal de la Inquisición, incluyó la opinión de un militar de Almansa, que tras leer el poema e inspirado por la musa exclamó:

 “Y aquel que no sabe leer

 descripciones ni tarjetas

 al ver ese par de tetas

 diga Usía, qué ha de hacer”.

La sentencia del Inquisidor de Murcia, Doctor Ettenhard, fue muy clara. Había que quitar las estatuas. Sin embargo, reconoce que la Inquisición no es el organismo competente para ordenar la retirada de las obras, sino que le corresponde a la jurisdicción civil.

Para presionar al Corregidor, que viene a ser como el Alcalde, el Consejo de la Inquisición ordenó desde Madrid que se nombraran 2 especialistas para que valoraran las piezas. El 3 de septiembre de 1796, la Inquisición hace este encargo al escultor Roque López y al pintor Joaquín Campos.

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El genial discípulo de Salzillo presentó sus conclusiones 2 días más tarde. El dictamen de Roque López es contundente: las estatuas no debían ofender a nadie y “las personas que han visto y saben lo que es adorno de jardines, fijan su atención en el primor del Arte y la destreza del artífice”. El escultor aclara que similares obras existentes en otros lugares, “como en Madrid y Roma, no causan escándalo”.

Los inquisidores murcianos, en cambio, insistieron en forzar el desmontaje de las obras, como pidieron al Consejo. Desde Madrid optaron por reunirse con el Obispo de Cartagena para seguir presionando al Corregidor.

El pobre Obispo, hasta entonces al margen, se vio involucrado en la polémica e informó a los inquisidores del carácter del Corregidor: “El genio suyo es tan absoluto y libre que, considerándose superior a todos, nada hace más que lo que a él le parece”.

Y no se equivocaba el Señor Obispo. Un mes y medio después de enfrentamientos con el Corregidor de la ciudad, la Inquisición se dio por vencida y las esculturas continuaron en la que era una de las más populares entradas a la ciudad.

La cuestión ahora es… ¿Qué habrá sido de aquellas esculturas?, ¿Dónde pararán?…

 

fuente: Antonio Botías laverdad.es

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